En los años ochenta se demostró que el tratamiento farmacológico de la HTA reducía la mortalidad total y las complicaciones cardiovasculares mayores de la HTA. Se asumió que los beneficios del tratamiento antihipertensivo eran la consecuencia directa de la reducción de la TA sistólica y diastólica. Desde entonces se han aprobado y comercializado numerosos fármacos antihipertensivos en base a estudios pequeños y a corto plazo, en los que el nuevo fármaco se mostraba superior a placebo en reducir la TA y carente de efectos secundarios importantes y/o frecuentes. Como la potencia hipotensora de casi todos los fármacos antihipertensivos es similar, la prescripción de uno u otro se basa mas en la agresividad del marketing del laboratorio que en criterios científicos. Sin embargo, como las diferencias en los precios de los distintos fármacos son enormes, es importante hacer estudios comparativos directos entre los distintos fármacos, en los que se analice si, para una reducción similar de las cifras tensionales, existen diferencias entre ellos en los end point clínicos cardiovasculares. La industria farmaceútica ha evitado siempre estos estudios o, a lo sumo, ha realizado estudios en los que su fármaco se comparaba con otro poco efectivo y administrado a dosis inapropiadas o en los que el tamaño de la muestra estudiada ya hacía previsible de entrada la no detección de diferencias significativas.